Morena en Autlán: las razones de un declive que parece irreversible

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Por : Mtro. Juan Luis Garay

En política, los ciclos se construyen o se destruyen con hechos. Y en Autlán, la historia reciente de Morena ha estado marcada por decisiones que, más que fortalecer al movimiento, han sembrado decepción, fractura y desconfianza entre su propia base partidista y social. Hoy, a siete años de su llegada al poder municipal en 2018, resulta difícil imaginar un escenario en el que Morena pueda recuperar la alcaldía en el mediano o incluso en el largo plazo. Las razones no son menores; son profundas, visibles y acumuladas.

Morena llegó al gobierno municipal en 2018 por un ímpetu grupal basado en compromisos esenciales de todos los que participaron en aquella ocasión y desde luego también montados en una ola nacional de esperanza y renovación. Pero ese impulso se diluyó rápidamente. El presidente municipal electo, lejos de demostrar capacidad técnica o comprensión de la administración pública, evidenció carencias básicas para conducir un gobierno local que exigía profesionalismo y solvencia.

El problema no fue únicamente su propia inexperiencia: fue la incapacidad de rodearse de perfiles competentes. Muchos de sus asesores o colaboradores no cumplieron con las responsabilidades mínimas para sostener una administración en funcionamiento. En lugar de un equipo articulado, Autlán presenció un gabinete improvisado, descoordinado y, en momentos clave, superado por la simple operación cotidiana del municipio. Ese primer error plantó la semilla de un desgaste que se arrastra hasta hoy.

Sumado a lo anterior, y para mí uno de los golpes más duros para la base morenista, fue la exclusión de quienes realmente construyeron la victoria. Las mismas personas que caminaron, convencieron, defendieron el proyecto durante ocho meses de trabajo enfrentando a dos maquinarias con poder económico y estructura, como lo son el PRI y MC, quedaron relegadas una vez alcanzado el triunfo. No se les dio voz ni espacio en la toma de decisiones, y a otros ni siquiera la oportunidad de servicio público.

Ese abandono generó una herida emocional y política profunda: Morena empezó a perder a su militancia más comprometida, a la estructura orgánica que había creído en la posibilidad de un gobierno distinto. Los cimientos del proyecto empezaron a resquebrajarse desde adentro.

Tras el fracaso del gobierno municipal, lejos de corregir el rumbo, los encargados del partido agravaron la crisis. La mística, los principios básicos y la propia normativa interna fueron desplazados por decisiones cupulares que abrieron la puerta a personajes que anteriormente habían sido críticos feroces del proyecto.

Como hienas pacientes y astutas, para usar la metáfora popularmente mencionada, esos arribistas lograron infiltrarse, posicionarse y, mediante presión o mediante la compra de conciencias, obtuvieron candidaturas que nada tenían que ver con los principios originales de Morena. El resultado fue una elección en 2021 donde el voto orgánico prácticamente se redujo a la mitad.

Y para colmo, esos mismos que llegaron como regidores terminaron siendo figuras sin presencia, sin arraigo y sin resultados tangibles para el bienestar del pueblo, tan es así que muchos siguen esperando que Marcelo Ebrard, por la amistad que “tiene” con uno de los entonces ediles guinda, venga a solucionar los problemas que enfrenta el municipio; Morena, en vez de reconstruirse, se desdibujó.

Lo que vino después ha sido una espiral descendente: la regidora para el periodo 2024-2027, en el año y meses que lleva de gestión, lo más que se le ha escuchado decir, aparte de llamar “cabecita de algodón” al expresidente de México, es mencionar que ella está aprendiendo y que necesitan que le expliquen todo más lento para entenderlo y, por otro lado, pleitos internos, confrontaciones, ruptura de grupos, ausencia total de liderazgos legítimos y, peor aún, la falta de representantes capaces de sostener la operación política mínima de un partido.

Morena en Autlán dejó de tener una estructura viva. Hoy opera más por inercia que por convicción; más por la fuerza simbólica de la marca nacional que por un trabajo local serio. El desgaste es tan profundo que, incluso entre simpatizantes históricos, persiste la idea de que el partido no tiene cómo competir de manera real en las próximas elecciones municipales.

Si Morena sigue obteniendo votos en Autlán, no es por mérito propio. Su permanencia en el mapa político local se explica por el peso de las siglas y, sobre todo, por la figura de López Obrador, cuya imagen continúa influyendo en un segmento del electorado.

Pero ese voto es residual, no orgánico. Es una especie de “último crédito” simbólico que se mantiene a pesar, no gracias, a las figuras locales del partido. Un capital político que no se está renovando ni capitalizando, sino agotando.

El problema de Morena en Autlán, además de campañas fallidas y errores tácticos, es un deterioro estructural: falta de liderazgos, traiciones internas, improvisación gubernamental, infiltraciones oportunistas y pérdida total de identidad política.

Hoy, Morena enfrenta no solo el juicio de la ciudadanía, sino el de su propia historia reciente. Y en ambos tribunales, sale reprobado.

Mientras no exista una autocrítica profunda, una reconstrucción desde los cimientos y la salida de quienes han vivido del partido sin aportar al pueblo, Morena seguirá siendo —al menos en Autlán— una opción políticamente nula para volver a gobernar.

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